"El hombre es el ser vivo que puede adoptar un comportamiento ascético frente a la vida, vida que le estremece de modo violento; el hombre puede reprimir y someter sus propios impulsos instintivos, puede negarse a darles el alimento de las imágenes perceptivas y de las representaciones. Si se compara con el animal que siempre dice 'sí' a la realidad -incluso cuando la teme y la rehúye-, el hombre es el ser que puede decir 'no', el asceta de la vida, el que protesta eternamente contra toda mera realidad...
En comparación también con el animal, cuya existencia es la encarnación del filisteísmo, el hombre es el eterno 'Fausto', la bestia cupidissima rerum novarum, jamás satisfecha con la realidad que tiene a su alcance, siempre deseosa de transcender los límites de su existencia aquí y ahora, de su medio y de su propia realidad presente... Sólo porque es esto, puede el hombre construir sobre la base del mundo de la percepción un reino ideal del pensamiento; por otra parte, puede canalizar la energía depositada en los impulsos reprimidos hacia el espíritu que habita en él. Esto quiere decir que el hombre puede sublimar la energía de sus impulsos hacia una actividad espiritual".
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