"- ¡En verdad que lo ignoro! —respondí— . Mi salud, la salud de mi alma, pues no otra cosa me preguntará usted en medio de un baile, depende de la salud del alma de usted. Esto quiere decir que mi dicha no puede ser sino un reflejo de la suya. ¿Ha sanado ese pobre corazón?
- Aunque la galantería le prescriba a usted desearlo —contestó la dama—, y mi aparente jovialidad haga suponerlo, usted sabe... lo mismo que yo, que las heridas del corazón no se curan.
- Pero se tratan, señora, como dicen los facultativos, se hacen llevaderas; se tiende una piel rosada sobre la roja cicatriz; se edifica una ilusión sobre un desengaño.
- Pero esa edificación es falsa...
- ¡Como la primera, señora, como todas! Querer creer, querer gozar..., he aquí la dicha".
El clavo (1853) - Pedro Antonio de Alarcón