Me di cuenta de que mi angustia —mi mente, si usted prefiere— intentaba dolorosamente unirse a mi cuerpo; mi mente no podía ya manifestarse sin causar un efecto inmediato en mi cuerpo, en la materia. Más tarde se ejercitaría en otros objetos. Yo intentaba comprender este vértigo mío: que mi cuerpo ya no obedecía las fórmulas arraigadas en mi mente, las fórmulas de la vieja y limitada Razón; que mi voluntad ya no engranaba con mis facultades motoras. Y puesto que mi voluntad carecía ya de poder alguno, era necesario eliminar primero la angustia que me paralizaba, y luego buscar un acuerdo entre la montaña, mi mente y mi cuerpo. A fin de poderme mover en este mundo nuevo, recurrí a mi heredada diplomacia británica y dejé a un lado mi fuerza de voluntad, buscando con suavidad el entendimiento entre la montaña, mi cuerpo y mi mente".
"Después de mi pacto con la montaña —una vez que pude moverme con soltura por los parajes más inaccesibles—, me propuse a mí misma un acuerdo con los animales: con los caballos, las cabras, las aves. Tuvo lugar a través de la piel, mediante una especie de lenguaje del «tacto» que se me hace difícil describir, ahora que mis sentidos han perdido la agudeza de percepción que entonces poseían. El hecho es que era capaz de acercarme a animales que los demás seres humanos hacían huir precipitadamente".